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El futuro de Siria centra todas las miradas en la reunión de la Liga Árabe que se celebra entre hoy y mañana en Doha.
Siria monopoliza el (escaso) interés que despierta la cumbre árabe que hoy y mañana se reúne en Doha, la capital de Qatar. Todas las miradas, y el foco de las cámaras, van a estar orientadas al espacio de la delegación de aquel país que, por primera vez en la historia de la vetusta y anquilosada Liga Árabe, va a estar ocupado por un movimiento de oposición, en lugar de por el Gobierno. El gesto, en gran medida resultado del apoyo del anfitrión a los rebeldes que disputan el poder al régimen de Bachar el Asad, ha quedado sin embargo empañado por la dimisión el pasado domingo del líder de la Coalición Nacional Siria, Ahmed Moaz al Khatib, quien aún así va a dirigirse a los otros 21 miembros.
Resulta tan inusual como significativo. La dimisión de Al Khatib, por “falta de apoyo internacional”, coincidió con el rechazo del Ejército Libre de Siria a reconocer a Ghasan Hitto, elegido la semana pasada en Estambul como “primer ministro provisional”. Ambos habían discrepado en público sobre la posibilidad de negociar con el régimen de Damasco. Ahora el órdago del antiguo predicador pilló por sorpresa a los organizadores de la cumbre, que han intentado persuadirle de que retire su renuncia. No lo ha hecho, pero ha aceptado intervenir ante la asamblea “en nombre del pueblo sirio”.
Siria estaba suspendida de la Liga desde noviembre de 2011, ocho meses después de que se iniciaran las protestas populares a las que el aparato de seguridad de El Asad respondió con inusitada violencia. Hoy, van ya 70.000 muertos y dos millones de desplazados, según la ONU. Durante este tiempo, las simpatías de los nuevos regímenes surgidos de la primavera árabe y los intereses de las monarquías de la península Arábiga por controlar la deriva de la revuelta, han resultado insuficientes para concitar un respaldo internacional efectivo a los sublevados. El temor a la deriva islamista y al caos ha paralizado a Estados Unidos y la Unión Europea. Los propios árabes se encuentran divididos.
No es previsible que eso cambie en Doha. “Las deliberaciones y decisiones serán todas convencionales, insignificantes y rutinarias”, afirma en un artículo Abdel Bari Atwan, director del diario árabe editado en Londres Al Quds al Arabi.
Mientras Qatar ha puesto toda la carne en el asador para hacer avanzar la causa de la revuelta siria (a 2.000 kilómetros de casa y en sintonía con Turquía), otros vecinos se muestran más cautos. Los Gobiernos de Egipto, Túnez, Libia o Yemen tienen bastante con intentar que el nuevo orden no se les vaya de las manos. Y el inicial entusiasmo de Arabia Saudí por ver fracasar a El Asad, cuya participación en el llamado “frente de resistencia” le alineaba con su rival iraní, se ha trastocado por temor a las consecuencias.
A los saudíes les produce escalofríos el abrazo de Doha a los Hermanos Musulmanes que forman la espina dorsal de la revuelta siria. Otro tanto sucede en Emiratos, cuyos dirigentes canalizan cualquier gesto de simpatía hacia la ayuda humanitaria a los desplazados.
“Algunos extranjeros se están mezclando en la crisis siria”, advierte hoy el editorial de The National, cuya empresa editora es cercana a la familia real de Abu Dhabi. “[L]os países de la región, atrayendo a los diferentes componentes de la oposición siria hacia sus propias agendas, están ejerciendo una influencia significativa, empeorando las fricciones”, afirma el texto que pone como ejemplo la formación del Gobierno provisional y lo atribuye a presiones de Turquía, Qatar y Estados Unidos.
No está claro cuál es la alternativa, pero sí que los intereses que se juegan en Siria desbordan las fronteras de ese país levantino y de la cumbre árabe que hoy se inaugura en Doha.
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