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Las bibliotecas científicas islámicas tuvieron una enorme influencia en el desarrollo y evolución de la civilización humana… la biblioteca más conocida y famosa de este tipo sin duda fue la Biblioteca “Dar Al Hikmah” (La Casa de la Sabiduría), en Bagdad…
Las bibliotecas científicas islámicas tuvieron una enorme influencia en el desarrollo y evolución de la civilización humana hasta que aparecieron con su imagen actual, sin embargo la biblioteca más conocida y famosa de este tipo sin duda fue la Biblioteca “Dar Al Hikmah” (La Casa de la Sabiduría), en Bagdad, que desempeñó el papel más trascendente para el conocimiento en la tierra, sin caer en la más mínima exageración. La Casa de la Sabiduría constituye uno de los tesoros científicos producidos por el pensamiento musulmán en la antigüedad, que también dio lugar a otras muchas bibliotecas científicas en diferentes lugares del Estado islámico, y cuya importante función ha olvidado la gente, a pesar de que ejercieron en aquella época un papel similar al de una universidad científica internacional. Allí acudía todo tipo de alumnos, sin importar su género ni su religión, desde Oriente hasta Occidente, con el fin de estudiar las diferentes disciplinas científicas, en numerosos idiomas. Su luz estuvo iluminando y guiando a la humanidad durante cerca de cinco siglos, hasta que los tártaros la destruyeron.
El encargado de la construcción de la gran biblioteca fue el califa abasí Abu Ya‘far Al Mansûr en la capital del califato, Bagdad. Construyó un edificio independiente en el que recopiló los libros más preciosos, buscados y raros entre publicaciones árabes y las traducidas de otras lenguas. Cuando Harûn Ar-Rashîd se convirtió en califa -gobernó desde el año 170 hasta 193 de la Hégira, y fue el califa más famoso de la dinastía abasí de Bagdad, y el más recordado en la historia- decidió sacar los libros y manuscritos que se conservaban en el palacio del califato y que ya comenzaban a amontonarse y que formaban parte de la herencia compilada y de los manuscritos traducidos, y llevarlos a un edificio independiente que tuviera una capacidad mucho mayor, de modo que pudiera albergar un mayor número de libros y pudiera estar abierta a todos los investigadores y personas interesadas en aumentar su conocimiento. Por eso, construyó un gran espacio, a donde llevó todos los tesoros escritos y lo llamó “Bait Al Hikmahh” (La casa de la sabiduría), en honor a su sublime misión. Más tarde, esa biblioteca evolucionó, convirtiéndose en la academia científica más famosa que ha conocido la historia[1].Sin embargo, la mayor expansión de esa biblioteca se dio en el mandato de Al Ma’mûn, quien fue capaz de atraer hacia ella a los mejores traductores, copistas, sabios y autores de la época. Además, solía enviar delegaciones científicas a los países europeos, que influían positivamente en el refinamiento y la mejora de esta universidad científica única.[2]
Así pues, en sus comienzos Bait Al Hikmahh era una biblioteca privada, más tarde se convirtió en un centro para la traducción, después en un centro para la investigación y la composición, y a continuación se erigió como un centro de conocimiento, donde se daban clases y se otorgaban licenciaturas científicas. Por último, se le agregó un observatorio astronómico. Así pues, el centro se dividía en las siguientes secciones:
La biblioteca: La sección de la biblioteca era la encargada de adquirir los libros de todos los lugares, ordenarlos en las estanterías y facilitarlos a quien los solicitara. Esta sección incluía las labores de copiar y encuadernar, es decir que se copiaban y encuadernaban los libros, y se reparaban los estropeados. Los medios para ampliar la cantidad de volúmenes recopilados en la biblioteca eran diversos, uno de ellos era comprarlos. Al Ma’mûn enviaba expediciones a Constantinopla para que adquirieran todo tipo de libros. En determinadas ocasiones, incluso viajaba personalmente para comprar los libros y enviarlos después a la Casa de la Sabiduría. Otro medio de adquirir nuevos libros era mediante las donaciones. Los califas enviaban delegaciones islámicas a países extranjeros, quienes les ofrecían libros como donación. En otras ocasiones, se aceptaba de quienes tenían que pagar la Yiziah (tributo que pagan los no musulmanes que residen en un Estado musulmán), que la pagaran por medio de libros. Además, en la biblioteca había cientos de copistas, exégetas y traductores de todas las lenguas que se dedicaban a traducir los diversos libros de sus lenguas originales al árabe. Por último, otro medio de aumentar el número de volúmenes era redactar libros nuevos. De ese modo, esta biblioteca se valió de diversos recursos para aumentar su cantidad de libros hasta un límite que nunca antes se había igualado, tanto en número como en calidad.
En cuanto a las expediciones, el califa Al Ma’mûn escribió al rey de los cristianos pidiéndole que le enviara todos los libros antiguos procedentes de la cultura griega que poseía y que tenía almacenados, debido a que las costumbres europeas en aquella época reprobaban su lectura. Al principio se negó, pero después le contestó afirmativamente. Entonces, Al Ma’mûn preparó una expedición científica, en la que incluyó a unos cuantos traductores, dirigidos por el supervisor de la biblioteca de Bagdad –Bait Al Hikmahh. Dicha expedición visitó muchos lugares diferentes, donde se decía que tenían bibliotecas de libros griegos antiguos. Así, dicha expedición regresó a Bagdad con un buen número de libros singulares y de ejemplares rarísimos que hablaban sobre filosofía, ingeniería, medicina y astronomía, así como otras ciencias. Por otro lado, el califa Al Ma’mûn también escribió a todos los reyes de su época, pidiéndoles que permitiera a su expedición que buscara e investigara sobre los libros apilados en bibliotecas antiguas.
Una de las curiosidades que se narran sobre este asunto, es que una de estas expediciones científicas encontró en un antiguo almacén, en la región persa, unos baúles abarrotados de libros que se habían podrido, hasta el punto de que despedían un hedor insoportable. Sin embargo, los integrantes de la expedición cogieron estos libros y se los llevaron a Bagdad. Una vez allí, los libros necesitaron un año entero para secarse completamente y para que el mal olor desapareciera. A continuación, se dispusieron a investigar la ciencia que contenían dichas obras.[3]
Centro de traducción: Al Ma’mûn poseyó un patrimonio espectacular en el ámbito de los libros antiguos. Por eso, reunió en torno a él una comisión de traductores con talento, así como exégetas y copistas, para que se encargaran de supervisar su reparación y su traducción a la lengua árabe. Además, designó a un responsable en cada lengua para que supervisara al resto de traductores encargados de traducir su legado. Todos ellos tenían un sueldo extraordinario a cambio de realizar ese trabajo, algunos llegaban a cobrar hasta 500 dinares mensuales (lo que equivale aproximadamente a dos quilos de oro).[4]
La sección de la traducción se encargaba de traducir libros de diversas lenguas a la lengua árabe, y ocasionalmente también se traducía de la lengua árabe a otras lenguas. En esta sección había unos narradores que se diferenciaban en el ámbito científico y administrativo de los guardianes que trabajaban en la sección de la biblioteca. Un ejemplo de ellos son: Yuhanna Ibn Mâsuiah, Yibrîl Ibn Bajtishu‘[5] y Hanîn Ibn Is-hâq, quien fue enviado a un viaje a los países europeos para que aprendiera a dominar la lengua griega. Para traducir, el método que seguían normalmente era llevar los libros extranjeros a la biblioteca y traducirlos allí, sin embargo algunos traducían los libros fuera de la biblioteca y después enviaban allí sus traducciones. El califa Al Ma’mûn solía ofrecer espléndidas retribuciones a los traductores, ¡hasta el punto de ofrecer el peso de la traducción en oro![6]
Ibn An-Nadîm citó en su libro Al Fihrest los nombres de las decenas de traductores de las lenguas india, griega, siríaca, y nabatea. Dichos traductores no sólo traducían hacia la lengua árabe, sino que lo hacían a todas las lenguas vivas y extendidas en la sociedad islámica, con el fin de que todos los que vivían en los países islámicos se beneficiaran de ese conocimiento, sin tener en cuenta sus nacionalidades. Algunos traducían del idioma original a su propio idioma, y a continuación otro traductor volvía a traducir el texto a la lengua árabe o a otra lengua, tal es el caso de Yuhanna Ibn Mâsuiah, que traducía el libro original a la lengua siríaca, para que después otro traductor lo tradujera a su vez a la lengua árabe, y siempre se conservaba el original después de encuadernarlo.[7]
Quien revise los libros de catálogos que se extrajeron de esa biblioteca, encontrará numerosas señales que indican que muchos libros tenían copias en lengua nabatea, copta, siríaca, persa, india y griega. En este ámbito, los sabios musulmanes ofrecieron un servicio ilustre a toda la humanidad al transmitir ese legado que estaba amenazado de desaparecer. De no ser por su esfuerzo, nadie en la época actual hubiera sabido nada de las grandes obras clásicas griegas e indias, puesto que en los países donde se recuperaban esas obras estaba prohibida su lectura, y cuando las descubrían las quemaban, como fue el destino de los libros de Arquímedes, el gran científico, ¡Pues los romanos quemaron quince cargas de sus libros![8]
Evidentemente, el papel de estos sabios no se limitó a la traducción, sino que también comentaron estos libros y explicaron las teorías que se exponían en su interior y mostraban sus aplicaciones. Además, completaban las partes deficientes y corregían los posibles errores. Su trabajo era semejante a lo que actualmente se conoce como Tahqiq [autenticación de los libros] revisión, como demuestran los comentarios de Ibn An-Nadîm sobre algunos de estos libros.[9]
El juez Sâ‘îd Al Andalusí cita en su libro “Tabaqât Al Umam” las fases del proceso de traducción en la Casa de la Sabiduría, así como el interés del califa Al Ma’mûn por esta magnífica biblioteca, diciendo: “Cuando el califato llegó hasta el séptimo califa (de los abasíes), ‘Abdul-lah Al Ma’mûn Ibn Hârûn Ar-Rashîd, concluyó lo que su abuelo Al Mansûr había comenzado. Este califa fue a buscar el conocimiento a sus fuentes, lo extrajo de sus yacimientos, ayudándose de su noble determinación y de su extraordinaria fuerza interior. Así, se presentó a los reyes europeos con todo tipo de regalos pidiéndoles que le permitieran acceder a los libros de los grandes filósofos que estaban en su posesión. Ellos les enviaron libros de Platón, Aristóteles, Hipócrates, Galeno y Euclides y Ptolomeo, entre otros filósofos. Después, buscó a los traductores más hábiles, a quienes solicitó que hicieran su trabajo magistralmente, y efectivamente, tradujeron los libros de la mejor manera posible. Una vez traducidos, Al Ma’mûn animó a la gente a que los leyera y los incitó a que lo aprendieran, de modo que el mercado del conocimiento se revalorizó en su época, y se erigió el Estado de la sabiduría. Los sabios y científicos más célebres se competían entre sí por la gran importancia que Al Ma‘mûn daba al conocimiento y a su gente. Pues él se quedaba a solas con ellos y disfrutaba debatiendo con ellos, así éstos conseguían un alto rango ante él y una posición especial.[10]
Esta cita del juez Sâ‘îd Al Andalusí demuestra que el califa Al Ma’mûn fundó una academia especializada en traducir las diferentes ciencias, siendo capaz de atraer a los mejores traductores de todos los rincones de la tierra. Así, la academia atrajo por ejemplo a Abu Yahia ibn Al Batriq, que era un sabio especializado en la época griega, así como también a Hanîn ibn Is-hâq. Entre los traductores estaba el célebre sabio Ibn Mâsuiah.[11]
Al finalizar el gobierno del califa Al Ma’mûn, la mayoría de los libros griegos, persas, y otros libros antiguos de matemáticas, astronomía, medicina, química e ingeniería habían sido traducidos a la lengua árabe y encuadernados en volúmenes nuevos en la biblioteca de la Casa de la Sabiduría. A este respecto, William James Durant dice en su libro “Historia de la Civilización”: “Los musulmanes heredaron de Grecia la mayoría de las ciencias antiguas, y a continuación, en segundo lugar está la India”.[12]
Centro de investigación y composición de obras: Constituía una de las vigas maestras más importantes de la biblioteca, donde los autores componían obras especialmente para esa biblioteca, trabajo que realizaban o bien en la sección de investigación y composición de obras de la biblioteca, o bien fuera y después enviaban el resultado de su trabajo a la biblioteca. El califa daba un sueldo extraordinario a estos autores.[13] Incluso los copistas en la Casa de la Sabiduría eran escogidos según unos criterios específicos para evitar cualquier error. Por eso encontramos a ‘Al-lân Ash-Shu‘ubi, uno de los sabios especializados en el S.III, trabajaba como copista en la Casa de la Sabiduría para Ar-Rashîd y Al Ma’mûn.[14]
Observatorio astronómico: Al Ma’mûn fundó este observatorio en el barrio de Ash-Shamâsiah, cerca de Bagdad, para que fuera una institución adjunta a la Casa de la Sabiduría, y con el objetivo de que se pudiera estudiar en dicha institución de un modo práctico. En ella trabajaban científicos especializados en astrología, geografía y matemáticas[15] como Al Juârizmi, los hijos de Musa Ibn Shâkir y Al Bairûni. A través de este observatorio, y con dos grupos de científicos, Al Ma’mûn pudo calcular lo que medía la circunferencia de la tierra. [16]
La escuela: Los califas que vinieron tras Ar-Rashîd acercaron hacia sí a los sabios que se habían hecho célebres en su época, encargándoles la educación y enseñanza de sus hijos y ofreciéndoles todo tipo de dones. Entre esos sabios encontramos a Al Kisâ’í ‘Ali ibn Hamzah[17], que disfrutó de la preferencia de Al Ma’mûn y que acordó con él enseñar a sus dos hijos la gramática. Escribió obras extraordinarias sobre la gramática y la lengua. Otro ejemplo es Ibn As-Sikkît[18] que educaba al hijo de Ya‘far Al Mutawakkil.[19]La cultura de los sabios se elevó y diversificó, de modo que sus nombres quedaron registrados entre los alfaquíes. Algunos cobraban sueldos en todos estos ámbitos, como Az-Zayây, que cobraba como alfaquí y también en calidad de sabio, lo que equivalía a 200 dinares al mes.[20] Al Hâkim Al Muqtadr pagó a Ibn Drîd[21] cincuenta dinares al mes, cuando llegó pobre a Bagdad.[22] .
Cuando se constituyeron las escuelas y se contrató a los profesores, se estableció para ellos un sueldo mensual fijo que procedía de la Tesorería General, o los habices que normalmente eran designados para mantener a este tipo de fundaciones. Dichos sueldos variaban dependiendo del rango del profesor y de la renta de los habices destinados a estos pagos, pero en general se les solía pagar con bastante generosidad.[23]
En la época de Ar-Rashîd y Al Ma’mûn, la Casa de la Sabiduría consiguió convertirse en una residencia para alumnos y profesores por igual.[24]
En cuanto al método que se seguía en la Casa de la Sabiduría, se basaba fundamentalmente en dos sistemas: por un lado, se daban lecciones magistrales, y por otro se hacían debates, diálogos y discusiones. El profesor daba sus lecciones de algunas ciencias excelsas en aulas grandes, y tenía la ayuda de un profesor asistente, que se reunía con un determinado grupo de alumnos para explicarles lo que no habían entendido de la lección, y para discutir sobre la materia. Al final, el profesor o el Sheij era el encargado de la última palabra sobre el tema. Los alumnos se movían de una clase a otra, y en cada una de ellas trataban una rama de la sabiduría.[25]
La enseñanza en la Casa de la Sabiduría englobaba ámbitos como la filosofía, la astronomía, la medicina, las matemáticas y las diferentes lenguas (griega, persa, india, a parte de la lengua árabe). Cuando el graduado en la Casa de la Sabiduría acababa el estudio de una de las ciencias, el profesor le otorgaba un título académico, que daba fe de que ese alumno dominaba esa ciencia en particular. Si el alumno había obtenido unos resultados excelentes, el título especificaba que tenía permiso para enseñar esa materia. Este título sólo podía ser otorgado por el profesor y se hacía del siguiente modo: el profesor escribía al alumno graduado un título en el que constaba el nombre del alumno, el del profesor, el de su escuela de Fiqh y la fecha de expedición del título.[26]
Administración de la Casa de la Sabiduría: A lo largo de su historia, la Casa de la Sabiduría en Bagdad fue dirigida por un gran número de sabios que ejercían de directores de la institución, y que eran llamados “dueño”, es decir, que el director de la Casa de la Sabiduría era llamado “dueño de la Casa de la Sabiduría”. El primer director que tuvo dicha institución fue Sahl Ibn Hârûn Al Fârisi (murió en 215 de la Hégira / 830 d. C.). Hârûn Ar-Rashîd le había encargado de la biblioteca de los libros que contenían sabiduría, luego traducía de la lengua persa a la lengua árabe cualquier sabiduría persa que encontrase. Después, cuando Al Ma’mûn se erigió como califa lo tomó como director de la Casa de la Sabiduría.[27] En ese puesto tenía la ayuda de otra persona: Sa‘îd Ibn Hârûn (Ibn Harîm).[28] Otra persona que ejerció como director de la Casa de la Sabiduría fue Al Hasan ibn Marâr Ad-Dabi.[29]
Al Qalqashandi dijo describiendo la biblioteca de Bagdad: “Las bibliotecas más sublimes del Islam son tres: la biblioteca de los califas abasíes de Bagdad, puesto que albergaba una cantidad ingente de libros y ninguna otra se le podía comparar...”[30] La segunda biblioteca según su importancia era la de El Cairo, y la tercera, la biblioteca de Córdoba.
Sin embargo, en el mundo islámico hubo un buen número de bibliotecas cuya importancia no fue menor que la de la biblioteca de Bagdad, y ello porque los califas y los príncipes musulmanes rivalizaban en la recopilación de libros, hasta el punto de que Al Hakam ibn ‘Abdur-Rahmân An-Nâsir, califa de Al Ándalus, solía enviar hombres a todos los países de Oriente con el fin de que comprasen libros acabados de publicar.[31]
La Biblioteca de Bagdad, junto a muchas otras bibliotecas islámicas, desempeñó un papel fundamental en el renacimiento científico de los primeros musulmanes y de sus alumnos que fueron de otras naciones. Aquél fue un renacimiento que no tuvo parangón hasta la actualidad y que tuvo un efecto extraordinario en el desarrollo de la civilización humana, en un momento en el que Europa se encontraba en un estado deprimente de primitivismo y evidente retraso.[32]
No debemos olvidar que esta biblioteca fue la causa del surgimiento de muchos sabios que fueron adalides en diversos ámbitos de la ciencia, como por ejemplo: Al Juarizmi, creador del álgebra. Ibn An-Nadîm habló de esto y de su importante papel en la astrología diciendo: “Estaba asentado en la biblioteca de la Casa de la Sabiduría de Al Ma’mûn, siendo uno de los grandes científicos de la institución. La gente, antes y después del observatorio, se ayudaban de su primera y segunda tabla, que eran conocidas como ‘Sindhind’”[33]
Otros grandes sabios fueron Al Razi, Avicena, Al Biruni y Al Battâni[34], Ibn An-Nafîs y Al Idrisi[35], así como muchísimos otros científicos forjados por el pensamiento islámico, cuyas bases estableció la biblioteca de Bagdad y otras bibliotecas islámicas.
Sin embargo, el corazón se entristece y el alma se encoge al recordar cómo esta fuente de luz y de conocimiento fue totalmente arrasada por el barbarismo de los tártaros, quienes cogieron grandes cantidades de libros y, sin ningún remordimiento y regidos por la estupidez, los lanzaron al río Tigris.
Hubiera sido más lógico que los tártaros hubieran cogido todos esos libros y se los hubieran llevado a Qaraqurm, la capital de Mongolia, para sacar provecho de ese conocimiento precioso, teniendo en cuenta que ellos todavía estaban en la etapa infantil de la civilización... Sin embargo, los tártaros eran una nación bárbara, no leían ni tenían ningún interés en aprender, vivían únicamente para satisfacer sus deseos y necesidades más básicos. Los tártaros echaron al río Tigris el esfuerzo de varios siglos, hasta el punto de que las aguas del río se tiñeron de negro a causa de la tinta de los libros y los jinetes tártaros atravesaban el río de una orilla a otra pasando por encima de los libros... Cometieron un crimen contra toda la humanidad.[36]
Lo curioso es que las pocas obras científicas que se salvaron de la destrucción que ocasionaron esos criminales -y otros- fueron la causa del renacimiento científico moderno ocurrido en Europa, algo que muchos sabios occidentales justos han reconocido.
Por todo esto, la biblioteca de la Casa de la Sabiduría de Bagdad ofreció un favor extraordinario a la civilización humana y constituyó uno de los eslabones más importantes de la historia de la civilización.
[1]Sobre la biblioteca de Bagdad, Consulte Jidr Ahmad ‘Ata’ Al-lâh, Bait Al Hikmah fi ‘Asr Al ‘Abbasiîn, pág.29.
[2]As-Safdi, Al Uafi bi Al Uafiât, 4/336.
[3] Ibn An-Nadîm, Al Fihrest, pág. 304. Ibn Abi Usaibi‘ah, ‘Uiûn Al Anba’ Fi Tabaqât Al Atibâ’, pág. 172.
[4] Ibn Abi Usaibi‘ah , ‘Uiûn Al Anba’, 2/133.
[5]Yibrîl Ibn Bajtishu‘: Es Yibrîl o Yabrâ’îl Ibn Bajtishu‘ Al Yundisâburi (m. 205 de la Hégira/ 820 d.C.). Fue un médico sagaz, sirvió a Ar-Rashîd y a Al Ma’mûn y a otros. Entre sus obras: Risâlah ila Al Ma’mûn Fi Al Mata‘m wa Al Mashrab y Al Madjal ila Sina‘at Al Mantiq. Consulte Al Qifti, Ajbâr Al Hukamâ’, 93-101. Ibn Abi Usaibi‘ah, ‘Uiûn Al Anbâ’ 2/14-35; y Kahâlah, Mu‘yam Al Mu’al-lifîn 3/113.
[6]Consulte Ibn Abi Usaiba‘ah, ‘Uiûn Al Anbâ’ Fi Tabaqât Al Atibbâ’, pág. 172.
[7]Ibn An-Nadîm, Al Fihrest, páginas 304 en adelante.
[8]Consulte referencia anterior, pág. 43
[9]Consulte referencia anterior, pág. 339 y siguientes.
[10] Sâ‘id Al Andalusí, Tabaqât Al Umam, pág. 49.
[11] Mansûr Sarhân, Al Maktabât fi Al ‘Usûr al Islamiah, pág. 56.
[12]Will Durant, Historia de la Civilización, 14/40.
[13] As-Safdi, Al Uâfi bi Al Uafiât, 13/131
[14]As-Safdi, Al Uâfi bi Al Uafiât, 19/367.
[15]Ibn Al ‘Abri, Mujtasir Tarij Ad-Dual, pág. 75.
[16]Edward Finduk, Iktifa’ Al Qanû‘ bima Hua Matbû‘, pág. 235.
[17]Al Kisâ’í : Es Abu Al Hasan ‘Ali ibn Hamzah ibn ‘Abdul-lâh Al Kûfi, profesor eminente de lengua y gramática. Es uno de los siete recitadores del Corán más famosos. Fue educador de Al Amîn, el hijo de Hârûn Ar-Rashîd. Nació en Kufa y murió en Rayy en el año 189 de la Hégira/ 805 d.C. Ver Al Hamaui, Mu‘yam Al Udaba’, 4/1737-1752, e Ibn Jal-lkân, Uafiât Al ‘Aiân, 2/295, 296
[18]Ibn As-Sikkît: Es Abu Yûsuf Ya‘qûb ibn Is-hâq (186-244 de la Hégira/802-858 d.C.). Gran profesor de lengua y literatura. Estuvo en contacto con Al Mutawakkil Al ‘Abbasi, con quien pactó que educaría a sus hijos, formó parte de sus íntimos, pero más tarde lo mató. Consulte, Ibn Jal-lkân, Uafiât Al ‘Aiân, 6/395-401.
[19]As-Suiûti, Buguiat Al Ua‘at fi Tabaqât Al-Lugauiîn ua An-Nuhât, 2/349.
[20] Adh-Dhahabi, Sir ‘Alâm An-Nubalâ’, 14/360
[21]Ibn Drîd: Es Abu Bakr Muhammad Ibn Al Hasan Ibn Drid Al Basri (223-321 de la Hégira/ 838-933 d.C.). Eminente profesor en su época de lengua y literatura. Nació en Basora y murió en Bagdad. Entre sus libros: Yamharat Al Lugah. Consulte Al Hamaui, Mu‘yam Al Udabâ’, 6/2489-2496. Ibn Jal-lkân, Uafiât Al ‘Aiân, 4/323/328.
[22]Az-Zarkali, Al ‘Alâm, 6/80.
[23]An-Na‘îmi, Ad-Daris fi Tarij Al Madâris, 1/418, 2/18, 52, 306.
[24]Will Durant, Historia de la Civilización, 4/319. Ahmad Shalabi, Tarij At-Tarbiah Al Islamiah, pág. 184. Jidr Ahmad ‘Atâ’ul-lâh, Bait Al Hikmah fi ‘Asr Al ‘Abbâsiîn, pág. 246.
[25]Jidr Ahmad ‘Atâ’ul-lâh, Bait Al Hikmah fi ‘Asr Al ‘Abbâsiîn, pág. 140.
[26] Will Durant, Historia de la civilización, 14/36.
[27] Az-Zarkali, Al ‘Alâm, 3/144.
[28]As-Safdi, Al Uâfi bi Al Uafiât, 5/86
[29] Al Kutubi, Fauât Al Uafiât, 1/122.
[30]Al Qalqashandí, Subh Al ‘Asha, 1/537.
[31]Ibn Al Abâr, At-Takmilah li kitâb As-silah, 1/226.
[32]Qadri Tuqân, Turâz Al ‘Arab Al ‘Ilmi fi Ar-Riadiât wa Al Falak, pág. 250.
[33]Ibn An-Nadîm, Al Fihrest, pág. 333.
[34]Al Battâni: Es Abu ‘Abdul-lâh Muhammad Ibn Yabir Ibn Sinan Al Harrâni (murió en 317 de la Hégira/ 929 d. C). Fue astrónomo e ingeniero. Murió en Samarra (Irak). Consulte Al Qafti, Ijbâr Al ‘Ulama’ bi Ajbâr al Hukama’, pág. 184-185. As-Safdi, Al Uâfi bi Al Uafiât, 2/209.
[35]Al Idrisi: Es Abu ‘Abdul-lâh Muhammad ibn Muhammad ibn ‘Abdul-lâh ibn Idris (493-560 de la Hégira/ 1100-1165 d.C.). Geógrafo. Viajó a Sicilia y se estableció en la corte de Roger II donde escribió un libro titulado Nuzhat Al Mushtâq fi Ijtirâq Al Âfâq. Consulte As-Safdi, Al Uâfi bi Al Uafiât, 1/138.
[36]Raguib As-Sergani, Qisat Al Tatâr min Al Bidaiah ila ‘Ain Yalût, pág. 161 y 162.
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