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La policía se considera uno de los importantes cargos en el Estado islámico y uno de sus hitos más trascendentes tanto en la sociedad como en la vida de las personas
La policía se considera uno de los importantes cargos en el Estado islámico y uno de sus hitos más trascendentes tanto en la sociedad como en la vida de las personas. La policía se representa en los soldados que preservan la seguridad, el orden y la ejecución de las sentencias del poder judicial, de una forma que garantiza la salvación y la seguridad de las personas, y de sus propiedades y honores. Así que la policía es equivalente a un ejército de seguridad interna.
Los musulmanes conocieron el sistema policial desde la era del Profeta (sal-lal-lâh ‘alaihi wa sal-lam), pero no en forma sistemática u organizada. Al Bujâri señaló en su Sahîh que “Qais ibn Sa‘d (que Al-lâh Esté compalcido con él) era para el Profeta (sal-lal-lâh ‘alaihi wa sal-lam) como el jefe de policía para el príncipe”[1].
Omar ibn Al Jattab (que Al-lâh Esté compalcido con él) fue el primer gobernante musulmán que puso en marcha el sistema de patrullas nocturnas, ya que solía patrullar por Medina por la noche para proteger al pueblo y descubrir a la gente sospechosa[2].
Se puede decir que la policía –como ya se ha ilustrado– comenzó simple en la época de los Califas Ejemplares, y después se fue desarrollándose y organizándose en la época omeya y la abasí. Pues, anteriormente pertenecía al poder judicial con el objetivo principal de la aplicación de las sanciones emitidas por el juez, más tarde se independizó del poder judicial y el jefe de policía se volvió a cargo de investigar los delitos. Además, cada ciudad llegó a tener su propia policía presidida por un jefe directo el cual era el jefe de policía. Éste tenía representantes y asistentes, que se distinguían a sí mismos con marcas particulares, poniéndose uniformes especiales y portando pequeñas lanzas llamadas Matârid, donde estaba grabado el nombre del jefe de policía, entre otros datos. También llevaban linternas por la noche y patrullaban en compañía de perros de guardia[3].
A continuación, Mu‘âuiah ibn Abi Sufiân (que Al-lâh Esté compalcido con él) comenzó a amplificar las ramas de la policía y a desarrollarla, de modo que le agregó la policía de guardaespaldas. Así que fue el primero en la civilización islámica en utilizar guardaespaldas[4], sobre todo que varios califas musulmanes anteriores a él fueron asesinados: Omar, ‘Uzmân y ‘Ali (que Al-lâh Esté compalcido con ellos).
Por lo tanto la policía durante el califato omeya era un medio de ejecución de las órdenes del califa. En algunos casos el rango del jefe de policía subió hasta que fue asumido por algunos príncipes y valíes. Por ejemplo, en el año 110 de la Hégira, Jâlid ibn ‘Abdul-lâh asumió el cargo del gobernador de Basora y a la vez se nombró jefe de policía[5].
El califato omeya se dio cuenta de la importancia de este cargo y de su vitalidad. Por lo tanto puso los criterios generales que tienen que ser disponibles en el jefe de policía. Ziâd ibn Abîh dijo: “El jefe de policía tiene que ser de autoridad firme y muy atento, mientras que el jefe de guardia debe ser mayor, casto, de confianza y no de mala reputación”[6].
Al Hayyây ibn Yûsuf Az-Zaqafi, el valí de Iraq y Hiyâz en la era de ‘Abdul Malik ibn Marauân buscó a un hombre cualificado para asumir el cargo del jefe de policía en Kufa. Por lo tanto pidió el consejo de los consultores y de la gente de alto rango. Le preguntaron: “¿Qué tipo de hombres buscas?” contestó: “Busco a un hombre que sea paciente y muy honesto, y que no traicione, ni tolere en absoluto la injusticia y no acepte la intercesión de la gente de alto rango [que median para incumplir el derecho]”. Así, se le respondió: “Entonces puedes encargar a ‘Abdur-Rahmân ibn ‘Ubaid At-Tamîmi”. Por consiguiente, le escribió informándole del encargo. Entonces, ‘Abdur-Rahmân respondió: “No lo aceptaré hasta que me asegures que me protegerás de tus familiares y de los miembros de tu corte [en caso de que intercedan ante él]”. Así que ordenó a su pregonero hacer notorio sus palabras: “¡Me desentiendo de cualquiera de ellos que interceda ante él!”[7]. Y debido a su competencia y capacidad de mantener la seguridad, Ash-Sha‘bi dijo sobre él: “Podría haber quedado cuarenta días sin que se le llevara ningún delincuente. Por lo tanto Al Hayyây le encargó la jefatura de la policía de Basora junto a la del Kufa”[8].
Por eso la función del jefe de policía experimentó un desarrollo notable durante las dos épocas: omeya y abasí. Por lo tanto Ibn Jaldûn dijo:
La investigación de los delitos y la aplicación del castigo corporal prescripto para el crimen en el Estado abasí y el omeya en Al-Ándalus, así como el de los ‘Ubaidîn [Fatemíes] en Egipto y Marruecos se llevaban a cabo por medio del jefe de policía. Ésta era una función religiosa, entre otras de la Sharî‘ah en aquellos Estados. Y la persona encargada de dicha función podía ir más allá de las resoluciones judiciales, dando lugar a cuestionar el fallo, imponiendo castigos disuasorios antes de la demostración del crimen, aplicando las penas establecidas de la Sharî‘ah cuando se cumplieran sus condiciones, dictando sentencias en los casos del Talión y aplicando las resoluciones del Ta‘zir (castigo discrecional) y de las sanciones disciplinarias contra quien no se abstuviera de cometer un delito[9].
Entonces, la función del jefe de policía desde la era de los Califas Ejemplares y hasta el comienzo del califato omeya se evolucionó de ejecutar las órdenes del califato a ser capaz de investigar los delitos y aplicar el castigo corporal prescripto para el crimen. Por lo tanto, el Estado islámico dio importancia a la construcción de las prisiones y encarcelar a los criminales y a los líderes de las tentaciones y de las sublevaciones en las mismas. En este sentido, At-Tabari mencionó que Ziâd ibn Abîh puso a muchos revolucionarios en las cárceles, sobre todo los compañeros de Ibn Al Ash‘az como Qabîsah ibn Dubai‘ah Al Asadi[10].
El Estado gastó de Bait Al Mâl (el tesoro público) para la construcción de las cárceles, ya que dichas cárceles protegieron a la gente de la maldad y del perjuicio de los encarcelados. Esto no impidió al Estado gastar para la manutención de aquellos encarcelados y cuidar sus condiciones. Más bien, el juez Abu Yûsuf sugirió a Hârûn Ar-Rashîd proporcionar a los encarcelados una vestimenta de algodón en el verano y otra de lana en el invierno[11]. De esto queda claro que cuidar su salud era uno de los asuntos más importantes.
Los abasíes procuraban nombrar como jefes de policía a los sabios y piadosos y a aquellos que no temen a nadie al aplicar los castigos corporales prescritos para los crímenes. Ibn Farhûn en su libro Tabsirat Al Hukkâm, dijo: “El jefe de policía Ibrâhîm ibn Husain ibn Jâlid ordenó atar a un perjuro a la puerta occidental media de la ciudad y le dio 40 latigazos, y ordenó afeitarle la barba, ennegrecer su rostro con el hollín, dejarle circular por la gente once vueltas entre dos oraciones y gritar señalándole: “Éste es el castigo de un perjuro”. Este jefe de policía era virtuoso, bondadoso, alfaquí y erudito en el Tafsir. Fue nombrado jefe de policía durante el reinado de Muhammad Al Amîn. También alcanzó a Mut-tarif ibn ‘Abdul-lâh, un amigo del Imâm Mâlik, y narró su Muatta’ [Libro de Hadîz].”[12]
Como resultado de la eficiencia de algunos oficiales militares durante el califato abasí, el califa Al Ma’mûn nombró a ‘Abdul-lâh ibn Tâhir ibn Al Hussain como jefe de policía de la capital califal Bagdad, después de que había mostrado sus capacidades militares en las batallas y las conquistas[13].
El establecimiento del califato no dudó en despedir a los jefes de policía corruptos, quienes violaban los límites de la Sharî‘ah al aplicar las penas sin examinar las pruebas. Por ejemplo, el Califa abasí Al Muqtadir Bil-lâh ordenó despedir al jefe de policía Muhammad ibn Iâqût y le privó de asumir una función estatal, debido a su mala reputación e injusticia[14].
El jefe de policía en aquel tiempo tenía múltiples y diversas tareas, pues además de su función de preservar la seguridad y castigar a los ladrones y a los corruptos, los jefes de policía en la mayoría de los emiratos islámicos eran responsables de mantener la moral pública. Por ejemplo, Muzâhim ibn Jâqân, el gobernador de Egipto (Falleció en el año 253 de la Hégira), ordenó a su jefe de policía Azyûr At-Turki impedir que las mujeres se adornaran ilícitamente o visitaran las tumbas, y golpear a los afeminados y a las plañideras. También el jefe de policía prohibía las actividades contrarias al pudor y luchaba contra el consumo de alcohol[15].
En cuanto a los jefes de policía que no cumplían con sus funciones, los califas los obligaban a corregir sus errores de manera rápida, a fin de corregir cualquier error y prevenir la propagación de los daños entre la ciudadanía. El Imâm Ibn Al Qaiem contó en su libro llamado At-Turuq Al Hukmîah una historia que demostraba la determinación y la inteligencia del jefe de policía abasí, sobre todo en el tiempo de crisis. Mencionó que durante la era del califa abasí Al Muktafi, unos ladrones robaron una gran suma de dinero. Por lo tanto Al Muktafi obligó al jefe de policía a descubrir a los ladrones, o bien pagar el dinero robado de sus propios bienes. Así, el jefe de policía montaba [su caballo] y deambulaba por las calles y los barrios día y noche, hasta que “un día pasó por un callejón vacío en las zonas remotas del país. Entró en él y vio algo abominable… frente de una casa había una gran cantidad de espinas y huesos de pescado. Por lo tanto preguntó a una persona: “¿Por cuánto se estima el precio del pescado cuyos huesos son tantos como ésos?”, a lo que el hombre respondió: “Un dinar”. El jefe de policía dijo: “Las condiciones de los residentes de un callejón marginal al borde de un desierto no les permitirán comprar esto. Nadie que posea algo por el que teme o dinero que le permite tan gasto vivirá en un callejón como éste. Seguramente hay algo misterioso que debe ser descubierto”. El hombre descartó eso diciendo: “Es inverosímil”. Pero, el jefe de policía insistió y dijo: “Necesito hablar con una mujer de este barrio”. A continuación, llamó a una puerta distinta a la que tenía frente de su umbral huesos de pescado y pidió agua para beber. Una mujer débil anciana le abrió. Así que le pidió beber agua una vez tras otra, y mientras estaba bebiendo, le preguntaba acerca de los residentes del callejón. Ella se fue informándole sin darse cuenta de las consecuencias. Hasta que él le preguntó: “¿Quién vive en esa casa – señalando a la casa con huesos de pescado a la puerta?” contestó ella: “Es habitada por cinco jóvenes fuertes. Parecen comerciantes. Viven en ella hace un mes. No los vemos de día sino en muy pocas ocasiones. Y a veces alguno de ellos sale de la casa para hacer algo y después vuelve rápidamente. Pasan todo el día comiendo, bebiendo y jugando al ajedrez y al chaquete. Y tienen un muchacho a su servicio. Por la noche, se van a otra casa suya en Al Karaj, dejando al muchacho en la casa para cuidarla. Y al alba, regresan mientras estamos durmiendo, sin saber de ellos. Por lo tanto preguntó [ella] al hombre: “¿No son éstas las condiciones de unos ladrones?” Respondió: “Sí”, y rápidamente llamó a diez policías y los ubicó sobre los techos de los vecinos. Y luego golpeó la puerta, y el muchacho le abrió. Por lo tanto los policías entraron en la casa y los arrestaron todos, y ellos resultaron ser los ladrones mismos”[16]. Esta historia es una prueba sobre la astucia del jefe de policía de Bagdad y su cumplimiento inmediato de las órdenes del califa.
El gobierno siempre procuraba escoger a los inteligentes y atentos para asumir el cargo del jefe de policía, y no exigía solamente la fuerza y la perseverancia. Y la prueba de esto es que [alguna vez] un jefe de policía trajo a dos personas acusadas de robar y “ordenó traer una jarra de agua, la llevó con su mano y luego la arrojó premeditadamente, así que se rompió. Uno de ellos se asustó, mientras que el otro se mantuvo firme. Así que [el jefe de policía] le dijo al hombre asustado: “Vete”, y le dijo al otro: “Devuelve el dinero”. El hombre le preguntó: “¿Y cómo lo sabes?” Contestó el jefe de policía: “El ladrón es de corazón duro y no se molesta, mientras que el inocente se preocupa si un simple ratón se mueve en la casa, y eso le impide robar!”[17].
La función del jefe de policía era conocida en la mayoría de los países islámicos, pero tenía diferentes nombres. El jefe de policía fue llamado Hâkim [gobernador] en el norte de África y Uâli [valí] en la época de los mamelucos. La policía fue uno de los cargos públicos más importantes en Egipto y al jefe de policía se le consideraba uno de los hombres grandiosos. Pues, en nombre del valí, solía dirigir la oración colectiva y distribuir las asignaciones, aparte de otras obras. La sede de la oficina de policía en Egipto estaba al lado de la mezquita de Al ‘Askar y era llamada “La policía suprema”[18]. Diariamente, el jefe de policía solía pedir a sus funcionarios información acerca de los acontecimientos nuevos en los distritos que estaban bajo su mandato, tales como incendios graves y asesinatos, y luego ordenaba escribir estos detalles y los enviaba en una carta al sultán todos los días a la mañana, para que se enterara de ellos[19].
Los jefes de policía portaban un arma llamado Tabarzîn, consistente en un cuchillo largo que colgaban en sus cinturas[20].
Los andalusíes dividieron la policía en dos departamentos importantes. El primero se llamaba la policía mayor, y su objetivo era castigar a los familiares del sultán y a su séquito, así como a las personas de poder. El jefe de policía mayor tenía un asiento a la puerta del sultán y siempre era candidato para el cargo de primer ministro o para el de chambelán. Y no hay duda de que la creación de este cargo demuestra que la civilización islámica respetaba las normas legislativas y las costumbres sociales, donde no había diferencia entre los ricos y los pobres, ni entre los gobernantes y los súbditos. El segundo departamento se llamaba la policía menor, la cual se dedicaba al público y a la ciudadanía. El jefe de policía en al-Ándalus era llamado “el jefe de la ciudad”[21].
La civilización islámica era constructiva e innovadora. No hay duda de que la posición del jefe de policía ya existía en otras naciones anteriores, ya que las condiciones de las comunidades y la complicación de las relaciones de los individuos convirtieron dicho cargo en una necesidad en cualquier momento o lugar. Pero su condición en la civilización islámica era completamente diferente de su condición en la época de los persas o de los romanos, ya que los musulmanes añadieron muchas innovaciones -como hemos visto- a este cargo y lo hicieron adherente a la ética islámica y a sus legislaciones.
[1] [Al Bujâri (6736)].
[2]At-Tabari, Târîj Al Umam Ual Mulûk 2/567.
[3]Véase Kamâl ‘Anâni Ismâ‘îl, Dirâsât Fi Târij An-Nudhum Al Islâmiah, Págs. 137-138.
[4]Véase Ibn Kazîr, Al Bidâiah Ua An-Nihâiah, 8/156.
[5]At-Tabari, Târîj Al Umam Ual Mulûk 4/136.
[6]Al Ya‘qûbi, Târîj Al Ya‘qûbi 2/235.
[7]Ibn Qutaibah, ‘Uiûn Al Ajbâr 1/7. Ibn Hamdûn, At-Tadhkirah Al Hamdûniah 1/91, Abu Ishâq Al Qairauâni, Zahr Al Âdâb Ua Zamar Al Albâb 2/381.
[8] Ibn Qutaibah, ‘Uiûn Al Ajbâr 1/16.
[9]Ibn Jaldûn, Al ‘Ibar Ua Dîuân Al Mubtada’ Ual Jabar 1/222.
[10]At-Tabari, Târîj Al Umam Ual Mulûk 3/224-225.
[11]Abu Yûsif, Al Jarây, Pág 161.
[12]Ibn Farhûn, Tabsirat Al Hukkâm fi Usûl Al Aqdiah Ua Manâhiy Al Ahkâm 5/319.
[13]Ibn Al Azîr, Al Kâmil Fi At-Târîj 5/455.
[14]Ibn Kazîr, Al Bidâiah Ua An-Nihâiah 11/166.
[15]Nâsir Al Ansâri, Târîj Andhimat Ash-Shurtah Fi Misr, Pág. 46.
[16]Ibn Al Qaiem, At-Turuq Al Hukmiah, Pág. 65.
[17]Ibídem, Pág. 67.
[18]Al Maqrîzi, Al Jutat Al Maqrîziah, 1/840-841.
[19]Al Qalqashandi, Subh Al A‘shâ 4/61.
[20] Adam Metz, Islamic Civilization in the Fourth Century of the Hegira (La civilización islámica en el siglo IV de la Hégira), 2/275.
[21] Ibn Jaldûn, Al ‘Ibar Ua Diuân Al Mubtada’ Ual Jabar 1/251, Shauqi Abu Jalîl, Al Hadârah Al ‘Arabiah Al Islâmiah 313-314.
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