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Sin duda, este artículo es una prueba indiscutible sobre la independencia del poder judicial y su libertad desde una época muy temprana en toda la historia de la humanidad. Más bien, es una de las imágenes más brillantes que indican la prioridad de la civilización
Sin duda, este artículo es una prueba indiscutible sobre la independencia del poder judicial y su libertad desde una época muy temprana en toda la historia de la humanidad. Más bien, es una de las imágenes más brillantes que indican la prioridad de la civilización islámica en cuanto a adoptar este principio antes de Europa y todo el mundo, pues lo conocieran doce siglos después de la aparición del Islam.
El emir de los creyentes ‘Ali ibn Abi Tâlib (que Al-lâh Esté compalcido con él) denunció a un cristiano por un escudo [suyo que había perdido]. Ya que Ibn Kazîr mencionó que ‘Ali ibn Abi Tâlib (que Al-lâh Esté compalcido con él) encontró su escudo con un hombre cristiano; “por lo tanto, se fue junto con él a Shuraih [el juez], y después dijo: ‘Este escudo es mío, pues no lo vendí ni lo doné’. Entonces Shuraih preguntó al cristiano: ‘¿Qué opinas sobre lo que dice el emir de los creyentes?’. El cristiano respondió: ‘El escudo es mío, pero no desmiento al príncipe de los creyentes’. Así que Shuraih miró hacia ‘Ali (que Al-lâh Esté compalcido con él) y dijo: ‘¡Oh emir de los creyentes! ¿Acaso tienes alguna prueba?’. Por lo tanto ‘Ali (que Al-lâh Esté compalcido con él) sonrió y dijo: ‘Shuraih tiene razón. No tengo prueba alguna’. Acto seguido, Shuraih juzgó a favor del cristiano. Así que el cristiano lo agarró y caminó unos pasos, luego regresó y dijo: “Atestiguo que éstos son los juicios de los Profetas. El emir de los creyentes me denuncia ante su juez [de su misma religión], y a pesar de eso, él juzga en su contra. Atestiguo que no hay otro Dios sino Al-lâh (Glorificado Sea) y que Muhammad es Su siervo y Mensajero. Por Al-lâh (Glorificado Sea), el escudo es tuyo, oh emir de los creyentes”[1].
Esta fuerza de la que disfrutaba el poder judicial y esta justicia que el hombre cristiano sintió, le hicieron asombrarse del juicio sentenciado por Shuraih en contra del emir de los creyentes y califa de los musulmanes ‘Ali (que Al-lâh Esté compalcido con él). Así que cuando el hombre dio cuenta de la grandeza de esta civilización y su justicia, volvió de inmediato y anunció su adherencia a esta religión grandiosa y esta civilización eterna.
Debido a la independencia de la que gozaba el poder judicial en el califato abasí, encontramos que los jueces se enfrentaron al califato, sin temerlo ni preocuparse por cualquier reproche acerca de sus decisiones judiciales. “Al Mansûr (Abu Ya‘far) escribió una carta a Saûâr ibn ‘Abdul-lâh, el juez de Basora, diciendo: ‘Investiga el caso del terreno disputado entre fulano el comandante y fulano el comerciante, y juzga a favor del comandante’. Por lo tanto, Saûâr le respondió diciendo: ‘La evidencia demuestra que pertenece al comerciante, así que no se lo quitaré [es decir, el terreno] sin una prueba’. Por lo tanto, Al Mansûr le respondió: “¡Por Al-lâh Quien no hay otro Dios excepto Él!, juzga a favor del comandante [con la posesión del terreno]’. Así que Saûâr le respondió: “¡Por Al-lâh Quien no hay otro Dios excepto Él! No lo sacaré de las manos del comerciante sino con una evidencia. Así que cuando (Al Mansûr) recibió este mensaje [del juez], dijo: “¡Por Al-lâh!, la justicia fue establecida [bajo mi mandato] y mis jueces me han guiado a la razón”[2].
También, era un derecho de los jueces convocar a los califas y gobernadores a las audiencias que examinaban cuestiones, demandas y testimonios relacionados con ellos. Sin embargo, los califas y muchos gobernadores lo aceptaban con amabilidad, adhiriéndose a lo que el juez ordenaba, salvo pocos quienes se abstuvieron de asistir. Así que los jueces amenazaban a aquellos que rechazaban con despedirse (o sea dejar la jurisdicción) o exponer el tema al pueblo. No obstante, en todos casos, los juicios del poder judicial eran respetados y se llevaban a cabo de la mejor forma. Una de las disputas más famosas entre los califas y los ciudadanos, fue la queja presentada por los porteadores ante el juez de la ciudad Muhammad ibn ‘Imrân At-Talhi; ya que el califa Abu Ya‘far Al Mansûr quiso trasladarlos a Sham, pero ellos se negaron por su dificultad. Por lo tanto, presentaron una demanda a Muhammad ibn ‘Imrân, quien convocó al califa Al Mansûr para asistir al juzgado, pidiendo a su secretario llamarlo con su nombre abstracto, sin el título de califa. Así que cuando (el califa) llegó, Ibn ‘Imrân lo trató como una parte en el caso, y no se levantó para recibirlo; después, juzgó en su contra y a favor de los porteadores. Y luego, se levantó para saludarlo como califa y emir de los creyentes. Así que Abu Ya‘far lo apoyó en todos sus comportamientos, lo bendijo y ordenó otorgarle 10.000 dinares[3].
Como resultado de estas situaciones y actitudes, los califas respetaron mucho a los jueces, y nunca rechazaron someterse a los juicios del poder judicial, tampoco rechazaron las formas normales de asistir ante el juez. Ya que fue narrado que el califa Al Mahdi (falleció en el año 169 de la Hégira) “Se presentó con unos litigantes ante el juez de Basora ‘Abdul-lâh ibn Al Hasan Al ‘Anbari, así que cuando el juez lo vio llegar, se sentó hasta que los adversarios vinieron y se sentaron ante él. Luego, cuando el juicio se llevó a cabo, el juez se levantó ante el califa. Por lo tanto, Al Mahdi dijo: ‘¡Por Al-lâh! Si te hubieras levantado cuando entré, te habría despedido, y si no te hubieras levantado cuando se terminó el juicio, igual te habría despedido’”[4].
De lo que indica la fuerza del poder judicial y la carencia de favoritismo bajo el mandato del califato omeya, de modo que toda la gente era igual ante dicho organismo, es que Abu Hâmid Al Isfrâîni, el juez de Bagdad (Falleció en el año 406 de la Hégira), escribió al califa abasí amenazándolo de despedirlo si no se llevaban a cabo los juicios de la Sharî‘ah (Ley islámica) y se respetaban; y encima, le mandó una carta de reproche donde dijo: “Sepa que usted no puede despedirme de mi cargo que Al-lâh (Glorificado Sea) me Encargó mientras que yo sí puedo escribir una carta a Jorasán de dos o tres palabras para despedirle de su califato”[5].
Los califas y emires se convocaban para asistir ante el tribunal a fin de dar testimonio y escuchar sus dichos. Sin embargo, los califas no lo consideraron algo despreciable ni influyente sobre su alta posición. Por ejemplo, ‘Abbâs ibn Firnâs[6] era de los eruditos musulmanes virtuosos en Al-Ándalus, y tenía varios inventos. Quizá uno de los inventos más importantes que ejecutó, es que fue el primero quien intentó volar en la Historia. Así que debido a su éxito científico, los califas lo acercaron y veneraron.
Por tanto, debido a la alta posición y la fama que logró ante los emires, algunas personas envidiosas le perseguían acusándole de ejercer magia, y practicar cosas extrañas en su casa o en su laboratorio –si está correcta la expresión-. Esto porque practicaba la química, por lo que se emitían humos y vapores de su casa.
Sin embargo, fue convocado al tribunal en Córdoba –y el califa en aquel tiempo era el omeya ‘Abdur-Rahmân ibn Al Hakam ibn Hishâm-, así que se le dijo al respecto: “Tú haces tal y tal, mezclas cosas con otras y realizas cosas raras que jamás hemos visto anteriormente”. Respondió él diciendo: “Si mezclo la harina con agua de modo que se vuelve masa, luego cocino la masa en el fuego transformándola en pan, ¿acaso esto se considera magia?”. Respondieron: “¡No! Sino que esto es algo que Al-lâh (Glorificado Sea) Enseñó al hombre”. Así que dijo: “Esto es lo que hago en mi casa; pues, mezclo algo con otro, y utilizo el fuego para realizar mis mezclas. Y lo que mezclo produce algo que sirve a los musulmanes y sus condiciones”[7].
Ellos quisieron un testigo sobre la validez de los dichos de Firnâs; por lo tanto, el testigo fue ‘Abdur-Rahmân ibn Al Hakam ibn Hishâm (el califa omeya mismo). Así, en el tribunal, cuando escuchó los dichos, comenzó a dar su testimonio y dijo: “Atestiguo que él me dijo que hace tal y tal (refiere a sus inventos), y encontré que estas cosas son un mero beneficio para los musulmanes. Y si supiera que es magia, sería el primero en aplicarle el castigo corporal prescrito”.
Trajeron al comandante del Estado y al califa de los musulmanes ante el tribunal para dar su testimonio, y de hecho, él testimonió justamente a favor del científico. Por lo tanto, el juez y los alfaquíes exculparon a Ibn Firnâs, lo elogiaron y lo incitaron a avanzar en sus prácticas y experiencias; y de esta forma, se le mantuvo su alta posición.
También, los jueces obligaban a los califas, a los príncipes y a la gente de autoridad a asistir ante ellos si se confirmaba que habían cometido algún error. Pues, Al Jushani mencionó en su libro llamado “Qudât Qurtubah” que un hombre débil de Córdoba fue al juez ‘Amr ibn ‘Abdul-lâh, el juez de Córdoba, “y se quejó a él de uno de los trabajadores del príncipe Muhammad. Sin embargo, aquel trabajador gozaba de suma importancia y rango, quien se había propuesto como candidato para ser el virrey de la ciudad en aquel tiempo. Por tanto, le dijo: “¡Oh juez de los musulmanes!, fulano se apoderó de mi casa. Entonces, el juez le dio un documento que probaba que la casa era suya, y le pidió que lo mostrase al hombre que se había apoderado de la misma. De hecho, el hombre débil se fue y le mostró el documento al usurpador, y poco después regresó. Así que le dijo al juez: “Le mostré el documento desde lejos, y después volví a ti”. El juez dijo entonces: “Siéntate, él vendrá ahora”. A continuación, el usurpador llegó en una caravana enorme en compañía de infantes y caballeros y entró en la mezquita. Luego, saludó al juez y a su compañía. Después, se sentó apoyando su espalda contra una pared de la mezquita. El juez le pidió entonces que se acercara de su litigante. Así que él respondió: “Qué Al-lâh (Glorificado Sea) le Guíe, es una mezquita y todos sus lugares son iguales, ninguno es mejor que el otro”. Así pues, el juez le dijo: “Ven aquí como te ordené y siéntate cerca de su litigante”. Así que cuando vio la insistencia del juez, se sentó cerca del hombre débil; al mismo tiempo, el juez señaló al débil sentarse al lado del usurpador. Entonces (el juez) le preguntó al hombre débil: “¿Qué pasó?”. El hombre contestó: “Él usurpó mi casa”. El juez preguntó al acusado: “¿Qué dices sobre eso?”. El acusado respondió: “Debería ser cortés y cierto de lo que dice en mi contra”. En aquel momento, el juez dijo: “Sí, debería ser así con un hombre justo, pero no con un hombre conocido por la usurpación”. Más tarde, el juez pidió a algunos de sus colaboradores ir con el hombre débil hasta que el usurpador le devolviera la casa, pues en caso contrario, escalaría el asunto al príncipe, informándole sobre su injusticia y desfachatez. De hecho, se fue con ellos, y una hora más tarde, el hombre débil, volvió y dijo al juez: “Qué Al-lâh (Glorificado Sea) te Recompense con el bien; el hombre me devolvió la casa”. Por lo tanto, el juez le dijo: “Vete sano y salvo”[8].
No hay duda de que este juicio demuestra varias cosas:
Primera: La existencia de formas reconocidas para convocar a los litigantes y establecer el proceso.
Segunda: La fuerza, el prestigio y la clara independencia del poder judicial en la civilización islámica.
Tercera: El hecho de que todas las personas son iguales ante el juez, sin ningún tipo de diferencia entre fuerte y débil, o entre rico y pobre.
Cuarta: La rapidez en solucionar los casos y tomar la decisión. Ya que en ese caso, la casa de un hombre fue usurpada y el poder judicial pudo recuperársela en el mismo día.
Sin duda alguna, estos privilegios de los que disfrutaba la judicatura en la civilización islámica, demuestran que la sociedad islámica gozaba de la justicia y la equidad bajo aquel poder judicial supremo. Por lo tanto, la justicia que los musulmanes disfrutaban bajo aquel poder judicial, era un factor fundamental para el progreso de esta civilización en su conjunto.
[2]As-Suiûti, Târîj Al Julafâ’ (La historia de los califas), pág. 229.
[3] Ibídem, pág. 229.
[4]Al Mâuardi, Adab Al Qâdi (La educación del juez) 1/248.
[5]As-Subki, Tabaqât Ash-Shâfi‘îah Al Kubra 4/64.
[6]Abu Al Qâsim ‘Abbâs ibn Firnâs: un filósofo, poeta y astrónomo de los Omeyas. Fue el primero en utilizar las piedras en la fabricación del vidrio, e hizo el primer intento de volar; de modo que se cubrió con plumas para tal fin, adjuntó un par de alas a su cuerpo y voló por una distancia considerable, pero después se cayó y se hirió en la espalda. Murió en el año 274 de la Hégira. Véase: As-Safadi: Al Uâfi bi Al Uafîât 16/380, 381 y Al Maqri, Nafh At-Tîb 3/374.
[7] Ibn Sa‘îd Al Magrabi, Al Magrib Fi Huli Al Magrib, pag. 203.
[8]Al Jushani, Qudât Qurtubah (Los jueces de Córdoba) 150, 151.
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